sábado, 16 de febrero de 2008

CASTIGO Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN MASIVA (un poquito largo, pero bueno)


Hace un par de semanas, me topé con una frase que hasta el día de hoy me hace reflexionar acerca del tema del rol que cumple el castigo en nuestra sociedad. La frase fue dicha por Paul Watzlawick, uno de los precursores de la Pragmática de la Comunicación o Enfoque Interaccional, en relación con las paradojas en comunicación. La cita es la siguiente: “Ninguna sociedad puede permitirse no defenderse contra desviaciones, ni dejar de intentar cambiar a los que se oponen a sus normas y estructuras… La filosofía de la justicia nunca ha sido capaz de suprimir en la función de castigar la contaminación paradójica de represalias, disuasión y reforma. De estas tres funciones, la última, la reforma, es desgraciadamente al mismo tiempo la más humana, así como la más paradójica… los problemas a que dan lugar las tentativas de cambio de la mentalidad de los delincuentes y de su comportamiento pueden ser comprobados hasta por un lego en derecho penal. Ya se trate de un presidio para adultos o de un reformatorio para delincuentes juveniles, la paradoja viene a ser la misma: el grado en que el delincuente se supone ha sido reformado por estas instituciones es juzgado a base de lo que diga y haga <> precisamente por haber sido reformado, y no debido meramente a que haya aprendido a hablar un lenguaje apropiado y a realizar los debidos gestos (su único propósito es salir de su reclusión, no actuando por tanto espontáneamente)… De esto se sigue que los propósitos humanitarios suscitan actitudes hipócritas y en consecuencia se llega a la melancólica conclusión de que parece preferible establecer un precio para expiar un delito, es decir un castigo, dejando en paz la mente del delincuente y evitando así las turbadoras consecuencias de las paradojas del control mental” (Watzlawick, Weakland y Fisch, 1973).
Al hablar de paradoja, Watzlawick se refiere a su efecto pragmático en las personas que establecen una comunicación. Así, estas paradojas serían una especie de callejón sin salida que se establecen cuando se intercambian mensajes estructurados como paradojas formales. El principal ejemplo de éstas sería la expresión “sé espontáneo”, es decir, la exigencia de un comportamiento que por naturaleza tan sólo puede ser espontáneo, pero que no puede serlo, a causa precisamente de haber sido exigido. Esto, llevado al ámbito penal, se traduciría de la siguiente manera: no basta con someterse a la coerción, sino que hay que quererla; no basta con el castigo, se debe querer y las personas deben reformarse mediante su aplicación. Es en este punto donde lo expuesto por Watzlawick cobra relevancia para el derecho penal, en cuanto a que esta exigencia de espontaneidad ante el castigo impide que las muestras de arrepentimiento o rehabilitación de los delincuentes sean reales y sinceras. Los delincuentes mostrarían buena conducta con el sólo fin de salir luego de prisión y las personas que aún no delinquen, lo hacen sólo por el hecho de no caer presos, pero no por un apego moral irrestricto hacia las normas. Aquí aparece el tema de las posibles razones de la aplicación de castigos a las personas que infringen la ley. Así, por lo expuesto hasta aquí, el castigo tendría una función principalmente disuasiva (convencer a las personas para que no delincan o para que no vuelvan a delinquir en caso de que ya lo hayan hecho) en desmedro de las funciones de restauración y de recompensa.
Los medios de comunicación masiva, más que las instituciones estatales que administran y ejercen la justicia en Chile, han sido las responsables de llevar al castigo a desempeñar principalmente la función disuasiva. Esto gracias a la manera que tienen de presentar la información, la cual se entrega en forma parcelada, editada, desideologizada y que lo único que pretende es fomentar la homogeneización de los públicos y privar a los espectadores de su capacidad crítica. Un ejemplo de lo que acabo de exponer es el caso de la gran cantidad de noticias de carácter mediático presentadas en la prensa y en los noticiarios. Los acontecimientos son expuestos parceladamente, resaltándose los hechos de sangre y de extrema violencia, sin ahondar en los por qué de los sucesos en cuestión. Por otro lado, el énfasis puesto en el crimen y en las fuertes penas que deberían recibir los delincuentes debido a la “gran inseguridad en que viven los ciudadanos del país”, es recogido por el gobierno y los legisladores que con fines electorales aumentan penas y castigos para tranquilizar a la masa acrítica y homogénea creada por la cultura de masas. Como diría Theodor Adorno (miembro de la Escuela de Frankfurt), “esta rígida institucionalización (de los medios de comunicación) transforma la moderna cultura de masas en un medio formidable de control psicológico” (Adorno, 1966), control hecho por los medios de comunicación y por el estado por medio del castigo y su función disuasiva.
El Estado, gracias a su capacidad regulatoria establece normas jurídicas, las hace cumplir y sanciona en caso de incumplimiento. Cabe preguntarse cómo y cuánto influye en las decisiones del Estado los medios de comunicación masiva. Una respuesta posible a esta pregunta, es que la influencia de los medios es importante por cuanto penetra en el aparato estatal empujándolo a tomas cierto tipo de medidas populistas para no perder el voto de los electores. Una respuesta alternativa a esta pregunta es plantear que en realidad los medios de comunicación masiva son utilizados por el Estado para mantener el statu quo, haciendo que los ciudadanos dejen de pensar en la realidad desigual en la que viven, renunciando así a su capacidad crítica y de lucha social. A mi parecer, lo que ocurre en la realidad es una mezcla de ambas cosas, los medios de comunicación influyen en algunas de las decisiones estatales y el Estado utiliza al mismo tiempo los medios de comunicación como arma para evitar cierto tipo de conductas (en el fondo, delitos). Lo que planteo es que en nuestros días, cuando la cultura de masas es controlada por la radio, la prensa escrita y principalmente por la televisión, el Estado encausa o extiende su función esencial de orden público interno (situación material en que el gobernado puede gozar de una mínima y razonable seguridad en sus actividades, sin tener que valerse de la fuerza por sí mismos) a estos medios masivos, con el objetivo de mantener las normas de convivencia. Esto ha llegado a extremos ridículos, como por ejemplo, el caso de una gran variedad de programas, por televisión abierta, en los cuales se realizan juicios televisivos, en donde un(a) juez(a) escucha a dos partes en disputa y luego emite un juicio público en pantalla. El mensaje implícito que se transmite a los telespectadores en este tipo de programas es que es mejor llevar los conflictos privados, que perfectamente podrían ser resueltos con una buena conversación, a instancias judiciales donde un tercero imparcial dirima las controversias. Con esto se está desincentivando la comunicación y la metacomunicación (comunicación acerca de las relaciones entre las personas) entre los sujetos, se les dice a las personas qué hacer y qué no hacer y así el Estado extiende su actividad preventiva a un mayor número de individuos (potenciales delincuentes) bajo la amenaza de castigo (se estaría violando la privacidad de las personas y la inviolabilidad del hogar, al estar los medios en casi todas las casas del país).
La capacidad preventiva es necesaria para la mantención del orden público interno, pero puede afectar los derechos de las personas, como diría Watzlawick, el derecho de las conciencias de los ciudadanos a permanecer libres, razonantes y críticas ante la realidad. Con el actual estado de cosas, se está pasando de un Estado de derecho en el cual el orden se basa en el respeto a la libertad individual asumiendo el riesgo de su mal uso, para el cual se reserva, sobre la base del principio de responsabilidad, la actividad represiva, a un Estado de policía en el que el orden se logra a costa de coartar las libertades individuales preventivamente.
En la medida en que los medios de comunicación masiva generan crisis en la mantención del orden (sensación de inseguridad, de ausencia de protección estatal suficiente y de proliferación de delitos), los ciudadanos se ven empujados a tomar medidas de autodefensa civil, como por ejemplo, contratar los servicios de vigilantes privados para que protejan un condominio, con lo que la preocupación de las personas se centra en evitar a como de lugar la comisión de delitos, con lo que la función preventiva del Estado queda cumplida a cabalidad. Lo que ganan los medios de comunicación con todo esto es la imposición de un modelo económico, el neoliberal, que beneficia principalmente a quienes tienen acceso a la costosa publicidad televisiva o de los diarios, es decir, los grandes grupos económicos del país que adormecen las conciencias de la población al inventarles nuevas necesidades y al hacerles sentirse inseguros constantemente. Con ello, los ciudadanos se ven impedidos de razonar por qué se están cometiendo los delitos (la terrible desigualdad social) y cuál es el verdadero sentido del castigo en nuestros días (prevenir y disuadir, lo cual limita los derechos de las personas).
Así, lo que Watzlawick critica es la función expiatoria del castigo, según la cual la pena sería una forma no de castigar sino de que el delincuente comprenda lo incorrecto de su actuar y que por medio de la misma logre redimirse. La función expiatoria plantea que la pena debe ser sentida por el delincuente como un sentimiento de culpa, cosa que Watzlawick considera imposible.
Planteo que la función actual que posee el castigo en nuestro país es la de prevención, con lo que se ve a la pena como un medio ejemplar para afectar a la sociedad, es decir, el castigo que se le impone al sujeto que infringe la norma tiene como finalidad influir en la sociedad en su conjunto. El delincuente sería utilizado como un medio, por parte del Estado, para que diera el ejemplo de lo que los ciudadanos no deben hacer. Así, el castigo sería una forma de mantener el statu quo de la sociedad, reforzando sus valores y el ordenamiento jurídico vigente. Se hace ver al resto de la población que el derecho existe en nuestro país y que la infracción a las normas es sancionada. La pena sería un medio con el cual intimidar a la sociedad para prevenir la comisión de delitos. Además, para el delincuente, el castigo sería una forma para prevenir posibles delitos futuros y para reducir la peligrosidad de los individuos al reinsertarse en la sociedad.
Por último, concuerdo con Adorno cuando plantea que “El mensaje de adaptación y de obediencia irreflexiva parece dominar hoy e invadirlo todo…hay prescripciones bastante claras sobre lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer…el individuo es tan sólo un títere manipulado a través de normas sociales” (Adorno, 1966). Concluyo que tanto los medios de comunicación masiva como el mecanismo estatal se influencian mutuamente manteniendo en las conciencias de los individuos el statu quo de las normas sociales. La única manera de escapar a esta triste realidad es prestando atención crítica a todo los contenidos que se nos presenten en los medios de comunicación, para así evidenciar no sólo el mensaje explícito (anti totalitario) sino también el implícito (totalitario) presentes en ellos. Esto se logra tomando distancia respecto de lo que se nos muestra, levantando la cabeza y tomándose el tiempo para reflexionar acerca de las reales dimensiones de nuestros problemas sociales y de la real función que el Estado le otorga a los castigos en nuestro país. Parafraseando a Adorno, lo que debería hacer el títere (nosotros) es levantar la cabeza y darse cuenta o tomar conciencia de los hilos que lo mueven (los medios de comunicación masiva y el Estado), sólo así podrá tomar medidas para soltarse de sus amarras y ser realmente libre.


Dibujo: Amanda Aylwin