jueves, 28 de febrero de 2008

CONOCERSE PARA CONOCER

Pienso que, hoy en día, pedir relaciones sinceras en el mundo en que vivimos es casi una utopía.

Creo que las relaciones sinceras dependen de que cada vez más personas se abran a su autoconocimiento (lo cual casi nadie hace), ya que éste es la puerta de entrada al entendimiento de los demás y a una convivencia sana, cercana y provechosa.

Un aspecto importante del conocerse a uno mismo y aceptarse, para poder interactuar con los demás en forma sincera, es el siempre trabajar en presente nuestras relaciones. Esto quiere decir, atender a cada cosa que vaya ocurriendo en nuestra conversación con el otro y hacernos cargo de ellas, no hacernos los desentendidos con lo que vaya sucediendo en nuestros encuentros con otras personas.

Un ejemplo de lo anterior, es que, si veo que a la persona con la que estoy conversando le corre una lágrima por la mejilla, debo hacerme cargo de este hecho y preguntar con franqueza el por qué de esa manifestación emocional. Lo importante es que me estoy preocupando realmente por lo que le está sucediendo al otro en ese instante.

Perfectamente alguien podría no reparar en un hecho tan evidente como es una lágrima en el rostro del otro y no molestarse en preguntar qué sucede, pero esto generaría un cierto grado de desconfianza en la relación, ya que el afectado percibirá una falta de compromiso en el encuentro que se está desarrollando. De ahí en más, la relación pierde su fuerza y corre el riesgo de dejar de ser importante para el otro.

El interactuar con alguien del cual conoces su historia de vida y que se conoce a si mismo, es una experiencia exquisita y enriquecedora. En este caso, se produce una retroalimentación positiva en ambas direcciones de la relación, por un lado uno se siente respetado y escuchado y por otro, la otra persona también siente lo mismo de nuestra parte.