domingo, 3 de febrero de 2008

CONSUMISMO

Sin lugar a dudas, el siglo XX fue una bofetada en pleno rostro de la humanidad. Dos guerras mundiales, el holocausto, los comunismos reales, la guerra fría, las persecuciones ideológicas, la xenofobia, el SIDA, la hambruna en África y las carreras armamentistas, son algunas de las atrocidades con las que la humanidad tuvo que lidiar. Sin embargo, aún ante la más dura de las calamidades el ser humano nunca perdió las esperanzas en un mañana mejor. Esto porque teníamos la capacidad de reflexionar acerca de nuestros propios problemas, nuestras debilidades como raza humana y de cómo superarlas. Entonces, ¿qué nos ocurrió en los últimos 100 años?, ¿qué nos puso a hibernar durante todo este tiempo? ¿Por qué no despertamos del interminable letargo reflexivo y de acción en el que nos encontramos? ¿Qué pasó con el ser humano? La respuesta es sencilla, fuimos golpeados por el más despiadado de los males…el capitalismo y su manto invisible de conformismo y alienación. Fuimos engañados por una especie de espejismo de libertad muy bien maquillado por la economía de mercado. La gran diferencia entre este mal y las calamidades mencionadas al principio de este párrafo es que aquellas nos remecieron como especie y nos hicieron volcar nuestra atención acerca de nosotros mismos y de lo que éramos capaces de hacer o de dejar de hacer, (además de lo impactante de las escenas o imágenes que se nos fueron presentando acerca de todas estos desastres, como por ejemplo, las de los campos de concentración nazi) mientras que el capitalismo, silencioso y devastador, fue extendiendo sus raíces en lo más profundo de nuestras sociedades, especialmente en las de corte occidental. Es así como hoy nos encontramos sumidos en un mundo impersonal, competitivo, intolerante, irreflexivo, alienado y basado totalmente en el dinero. Esto último nos ha llevado a valorar las cosas por sobre las personas. Lo que hoy importa es ser un buen consumista en vez de ser un buen ser humano, la ética que perseguimos es la de los números y la de las tarjetas de crédito, ya no importa el sufrimiento del otro, sólo importa que ese otro produzca más y más sin importar el costo humano que ello implique, ya que incluso la vida de una persona tiene precio, el precio de su trabajo alienado en las manos del gran patrón que todo lo controla reclinado en su cómodo sillón desde su cómoda oficina en su aún más cómodo edificio corporativo. Sí, nos hemos vuelto consumistas, consumistas recalcitrantes, no escuchando nuestras necesidades reales ni las de los demás. ¿Estaremos enfermos? ¿Nuestra sociedad estará enferma? ¿Nuestro diagnóstico será una psicopatología social?...sin lugar a dudas que sí. Porque, ¿acaso no es una enfermedad el transar nuestra libertad a cambio de un sueldo fijo y de un poco más de cupo en la tarjeta de crédito?. ¿Acaso no es una psicopatología el dejarnos explotar por un grupo de ambiciosos mercaderes, entregándoles nuestro trabajo y las ganancias fruto de éste? Claro que estamos enfermos y de gravedad. Sin embargo, con el paso del tiempo han surgido voces de alerta que han sido capaces de analizar el fenómeno en su complejidad. Una de estas voces iluminadas es la de Erich Fromm. Pensador alemán que viene planteando este tema desde hace más de 50 años. Fromm argumenta que el hombre dejó de “ser” para empezar a “tener”, el consumismo ha eclipsado al humanismo. Esto hace que el hombre moderno se sienta solo y atemorizado, atemorizado por la aparente libertad en que vive, ya que al reflexionar acerca de sí mismo y de su futuro siente desesperación al tener que dirigir su propia vida y es por esa razón que prefiere alienarse y ser dirigido por su jefe, por la empresa y por el libre mercado. Al alienarse, el hombre se convierte en una cosa, está muerto. Esto es la base de la economía y de la industria moderna ya que para funcionar necesitan un hombre convertido en consumidor, que tenga la menor individualidad posible y que esté dispuesto a obedecer a una autoridad anónima, pero caído en el engaño de creerse libre y de no estar sometido a ninguna autoridad. Esto hace que el hombre se vuelva inhumano, indiferente ante la vida y sus injusticias.